El 17 de septiembre de 1944, un denso zumbido alertó a los sorprendidos habitantes de Arnhem y otros pueblos que se extendían al norte del Rin, y poco después el cielo al oeste de la localidad holandesa se llenó de paracaídas, mientras en los prados tomaban tierra, tan ordenadamente como era posible, los planeadores que traían a las tropas aerotransportadas de la 1.ª División Aerotransportada británica. Para los holandeses había llegado la liberación, y lo hacía de la forma más espectacular posible, desde el aire. Para los soldados alemanes desplegados en la región, algunos de ellos en pleno proceso de recuperación, reequipamiento y descanso tras una apresurada retirada a lo ancho de Francia, había llegado el enemigo. En aquel momento crucial un oscuro oficial, el SS-Sturmbanführer Josef Krafft, actuó con decisión al desplegar a sus tropas sobre dos de las carreteras que llevaban al puente de Arnhem. A pesar de la presencia de Panzer en la región, su unidad iba a ser la piedra en el engranaje que acabó con el plan de Montgomery. Mientras, para los británicos aquel iba a ser el salto crucial. Estaba en juego el destino del Primer Ejército Aerotransportado, cuyos planes de ataque se habían cancelado una y otra vez en las últimas semanas; y estaba sobre la mesa la posibilidad “acabar la guerra antes de Navidad”. Para ello solo tenían que tomar un puente sobre el Rin, uno demasiado lejano.