Los príncipes no pueden renunciar a sus responsabilidades. Esto lo aprende el indolente enamorado Hardwick, que fantaseó con renunciar a su herencia de gobierno por el amor de una plebeya, y en esa lección moral quizá vemos el deseo inconsciente de Hal Foster, ya anciano, de plantearse cómo será el futuro de su serie cuando él ya no esté al frente.
La vida sigue y nuevos personajes entran y salen de escena. Algunos, irónicamente parecidos a unos juveniles Val y Aleta.
La llamada del deber a la que Valiente no puede renunciar lo lleva a rescatar a Sir Gawain de la esclavitud, aunque tenga que hacerse esclavo él mismo.
Y, mientras tanto, un príncipe Arn despierta a la edad adulta y descubre que también puede haber peligro en una cara bonita.